The Controversy on the Question of the Origin of the American Spanish. Towards the Reconciliation of Theories
During the 20th century several theories were launched on the origin of the American Spanish. These were based on the results of various investigations carried out in the field of linguistics and history. The different interpretations of linguistic data gave rise to one of the most important scientific controversies in the history of Spanish language. This article presents the most important theories that explain the features of the Spanish dialects spoken in America in terms of the place of origin of the Spanish immigrant population; moreover, it is an attempt to trace the trajectory of the question about the origin of the Spanish spoken in America(s). I believe that, in accordance with the gradual growth of knowledge concerning both Latin American dialectology and the history of the Spanish emigration towards the New World, the hypotheses have been thus refined so that radically divergent theories have been finally reconciled.
No es necesario realizar investigaciones científicas serias y profundas para comprender cómo ciertos acontecimientos históricos –el descubrimiento del Nuevo Mundo – y ciertos procesos sociales – la colonización y la consiguiente inmigración de españoles al continente americano – han contribuido a que la mayor parte de España y América usen la misma lengua; la correlación entre la historia social y la historia de la lengua es obvia incluso para los que no son expertos en tales campos científicos. Huelga, por tanto, mencionar que los inmigrantes que abandonaban su patria para establecerse en el Nuevo Mundo llevaban consigo su lengua materna – el español –, la cual, convirtiéndose en un modelo lingüístico para las generaciones siguientes y los aborígenes gradualmente asimilados, se difundió por los vastos territorios colonizados.
No obstante, la comparación más detallada de las distintas variedades que conforman el amplio dominio lingüístico del español sí que requiere de un análisis más pormenorizado por parte de lingüistas e historiadores. Algunos paralelismos entre fenómenos lingüísticos que se pueden observar tanto en el sur de España como en Hispanoamérica han hecho que multitud de investigadores se planteen qué tipo de español fue llevado a América como consecuencia de la colonización. En un intento de elucidar esta cuestión, durante el siglo XX se lanzaron diversas teorías acerca del origen del español americano, las cuales partían de los resultados de diversas investigaciones realizadas tanto en el campo de la lingüística como de la historia. La interpretación diferente de los datos lingüísticos dio origen a una de las polémicas científicas más importantes en la historia de la lingüística hispánica del siglo mencionado. En este trabajo, nos proponemos presentar aquellas teorías más importantes que tratan de explicar los rasgos dialectales del español hablado en América en función de los lugares de procedencia de las grandes masas de población española inmigrante. Presentando los puntos de vista y los argumentos de las diferentes investigaciones intentamos trazar la trayectoria de la cuestión del origen del español hablado en América. Consideramos que a medida del crecimiento gradual de los conocimientos referentes tanto a la dialectología hispanoamericana como a la historia de la emigración española dirigida hacia el Nuevo Mundo, se consiguió matizar las hipótesis y reconciliar las teorías al principio radicalmente opuestas.
Entre las hipótesis referentes al origen del español hablado en América destaca la llamada teoría del andalucismo del español americano. Según esta teoría, las variedades lingüísticas meridionales de España y aquellas que se hablan en América comparten una larga serie de características – principalmente fonéticas –, semejanzas que responden al hecho histórico de que la mayor parte de la población española inmigrante que se estableció en los territorios conquistados en América procedía de Andalucía y hablaba la variedad propia de esta región. En otras palabras, el español americano procede históricamente del dialecto andaluz.
La teoría andalucista, que se remonta a tiempos antiguos, se basa, pues, en la observación de que ciertas características ampliamente difundidas en toda Hispanoamérica se identifican con las innovaciones fonéticas presentes en las variedades meridionales de la Península. Entre estos rasgos comunes se deben mencionar los siguientes: la articulación no apicoalveolar del fonema /s/, el llamado seseo – por ejemplo la pronunciación de /sínko/ en vez del estándar /θínko/–, el yeísmo – por ejemplo la pronunciación de /káye/ en vez del estándar /káλe/ –, la articulación debilitada, generalmente aspirada del fonema /-s/ en posición implosiva – por ejemplo [móhka] en vez de [móska] –, la confusión eventual de las consonantes líquidas /r/ y /l/ – por ejemplo la pronunciación de [kalβón] en la palabra carbón –, o la articulación más suave, faríngea o aspirada de la consonante representada por el grafema j – [hórhe] en vez de la pronunciación castellana de [xórxe] –. La presencia de estas realizaciones tanto en el sur peninsular como en el continente americano lleva a algunos investigadores a constataciones según las cuales “en líneas generales, la pronunciación hispanoamericana se parece más a la andaluza que a la de las demás regiones españolas” (Navarro Tomás §3-4) y que “cuando decimos ‘español americano’, pensamos en una modalidad de lenguaje distinta a la del español peninsular, sobre todo del corriente en el Norte y Centro de España” (Lapesa 1981, §126). Cabe destacar que, en estas afirmaciones, el andalucismo se muestra como algo generalizado en el español hablado en América, variedad que parece presentar “una sólida homogeneidad sobre todo dentro de los niveles cultos”, con diferencias, “dentro del enorme territorio americano […] mínimas dentro de la estructura total del habla” (Zamora Vicente 378). Esta notable identificación general de lo hispanoamericano con lo andaluz para los andalucistas significa una derivación histórica y una consecuencia lógica, como se puede ver de afirmaciones que suponen, por ejemplo, que la s predorsoalveolar es “propia de Andalucía, y por lo tanto, de Canarias y América” (Menéndez Pidal §35.5).
Tales hechos lingüísticos concordantes indicaban, pues, para los andalucistas una relación muy estrecha y obvia entre Andalucía e Hispanoamérica, a saber, que, por razones históricas, compartían una misma variedad lingüística. Esta hipótesis, basada en la coocurrencia de semejanzas fonéticas, contaba también con el apoyo de investigaciones realizadas en el terreno de la sociología histórica, gracias a la labor de Peter Boyd-Bowman, quien a partir de 1956 publicó una serie de trabajos de demografía histórica. En sus estudios (Boyd-Bowman 1956, 1963, 1967 y 1974), este historiador americano demostró que el contingente meridional, y principalmente andaluz, había predominado en la población inmigrante, al menos en la primera fase de la colonización. De esta manera los resultados de estudios lingüísticos y sociológicos se justificaban de forma recíproca.
La teoría andalucista, pese a su atractivo y aparente doble justificación científica por parte de estudiosos ilustres, no estuvo exenta de objeciones y críticas, formuladas principalmente por lingüistas americanos. Aquellos que se muestran contrarios al origen andaluz niegan, por un lado, que el español hablado en América constituya una unidad dialectal homogénea y, por otro lado, que tenga exclusivamente características meridionales e insisten en el hecho de que la imagen lingüística de Hispanoamérica, en vez de uniforme, es variada, a lo cual han contribuido diversos factores evolutivos. Para este grupo de investigadores la existencia de una única modalidad americana dialectalmente homogénea – de aspecto andaluz – es una “generalización falsa”, que debe ser tachada directamente de “lugar común” y “mito” (Pedro Rona 1964). Parece que existe una “falsa imagen del español americano”, basada en la generalización equivocada de algunos rasgos lingüísticos, mientras que “ninguno de los grandes fenómenos lingüísticos caracterizadores del español de América se extiende por toda la geografía americana” (Lope Blanch 1989). Asimismo, el andalucismo del español americano se fundamenta en impresiones superficiales, que no deberían ser confundidos con los hechos basados en el análisis realizado con criterios científicos (Lope Blanch 1992, 318-319). Los hechos lingüísticos, dicen estos autores, muestran que en realidad “el español de América es variadísimo en las distintas regiones y zonas” (Alonso 13), puesto que en él “diferencias de clima, diferencias de población, contactos con diversas lenguas indígenas, diversos grados de cultura, mayor o menor aislamiento han producido o fomentado diferenciaciones en la fonética y en la morfología, en el vocabulario y en la sintaxis” (Henríquez Ureña 358-359).
Los partidarios de la teoría antiandalucista parten, pues, de la variación del español hablado en el continente americano, y sostienen que todas las regiones peninsulares habrían aportado algo a la formación de la lengua en esas zonas, por tanto la contribución de los andaluces no es paradigmática o superior a la de los demás componentes. La fragmentación en que insisten los autores queda patente en las diferentes tentativas de división dialectal que se han venido realizando desde finales del siglo XIX y principios del XX – con las obras de Armas y Céspedes, Henríquez Ureña –, hasta la segunda mitad del siglo XX – con los estudios de Rona, Zamora Munné y Cahuzac –. Dependiendo de cuántos parámetros se apliquen y los criterios aplicados por los lingüistas, el número de posibles dialectos americanos varía entre cuatro y dieciséis.
Para los investigadores contrarios al carácter andalucista del español de América, demostrar la heterogeneidad lingüística del continente supone la reducción de los llamados meridionalismos a ciertas zonas geográficas; la presencia de andalucismos se restringe a las tierras bajas de la costa este, mientras que no alcanza las vastas tierras altas del oeste. Tal distribución de las características dialectales exige, pues, nuevas explicaciones extralingüísticas de diversa naturaleza. Se observa, por ejemplo, que “sobre todo en las tierras bajas” (Henríquez Ureña 359), es decir, en las costas del Atlántico, se observan fenómenos similares a los del sur peninsular, pero estas similitudes no se deben a un origen común, andaluz, sino a una evolución paralela, producida independientemente en las dos regiones bajo la influencia de climas parecidos. Así, por ejemplo, “las tierras altas parecen propender, verbigracia, conservar la ese en fin de sílaba y la de intervocálica; las tierras bajas tienden a pérdida de ese y de” (Henríquez Ureña 358). Entre los andalucistas, que poco a poco deben admitir las limitaciones geográficas de los meridionalismos, la teoría climatológica llega a tener cierta aceptación, pero conduce a que renuncien al propósito de establecer una relación histórica entre las tierras bajas americanas y Andalucía; el clima, pues, puede haber influido, sobre todo, en la preferencia de los colonizadores por ciertos destinos para establecerse (Wagner 32); esto es, la distribución de los fenómenos lingüísticos meridionales y no meridionales en tierras americanas sigue teniendo, para ellos, una explicación de carácter social.
La limitación geográfica de los meridionalismos podría constituir en sí un argumento suficiente para restar importancia al papel que jugaron los andaluces durante la colonización. Sin embargo, los investigadores que toman una postura contraria al andalucismo, apoyados en argumentos de tipo histórico, llegan aún más lejos, rechazando rotundamente cualquier protagonismo por parte de estos, afirmando que el español americano de las zonas “más importantes en los siglos coloniales no tiene nada de andaluz” (Alonso 12) y que “[h]istóricamente tampoco está justificada la población de América por andaluces. Muchos fueron los colonizadores andaluces, pero no más que los castellanos” (Alonso 13).
Repasando las opiniones y las críticas que la teoría andalucista recibió de parte de sus detractores, salta a la vista su implacabilidad ante cualquier origen sureño. La causa de este rechazo podría residir en que dicha teoría atribuye al español americano un origen humilde, al derivarlo de una modalidad de poco prestigio como es la andaluza. Obviamente, si atendemos a criterios estrictamente lingüísticos, ninguna variedad geográfica de ninguna lengua podría calificarse de mejor o peor; desde esta perspectiva, cualquier criterio basado en el prestigio queda excluido. No obstante, al mismo tiempo es un hecho innegable que en el seno de una sociedad determinada, algunas variedades lingüísticas diatópicas presentan connotaciones negativas. Un contexto sociocultural de este tipo no justifica, pero al menos nos ayuda a entender por qué algunos lingüistas americanos adoptaron una postura tan decididamente contraria a la teoría andalucista.
Cualesquiera que fueran las motivaciones que sustentan estas aparentemente irreconciliables teorías, parece que la oposición entre ambas se deriva, al menos en parte, de la interpretación conceptual del adjetivo americano. Para la teoría andalucista, la variedad del continente americano puede ser identificada, genética y tipológicamente, con las hablas andaluzas del sur de España, es decir, para sus representantes el español de América es cualitativamente igual o muy semejante al español meridional, y la causa de este hecho es que aquel procede históricamente de este. En cambio, según la teoría antiandalucista, no existe un español de América; como mucho existe un español hablado en América, el cual, debido a su gran diversidad fonética, su articulación tipológica y dialectal, no puede ser relacionado con un único dialecto de la metrópoli. En suma, americano no puede coincidir con andaluz.
Semejante tensión entre partidarios de una y otra teoría pudo atenuarse gracias a una interpretación más matizada de los hechos lingüísticos. Naturalmente, los partidarios de la teoría andalucista estaban al tanto de la fragmentación dialectal del español de América. Consideran el debilitamiento de la /-s/ final de sílaba un rasgo particular de “las tierras bajas de los países americanos” (Wagner 22-23), admiten que “como rasgos comunes a toda Hispanoamérica habríamos de limitarnos, en la fonética, a la indistinción de eses y ces o zetas; y en la morfosintaxis, a la eliminación de vosotros, os y vuestro, en beneficio respectivo de ustedes, les o los, las, y su, suyo” (Lapesa 1994, 44). Tampoco se rechaza que los demás rasgos innovadores interpretados como meridionales deban ser considerados regionales, puesto que se localizan principalmente en la zona del Caribe, en las Antillas, y, en general, en las costas atlánticas.
Esta distribución dialectal de fenómenos lingüísticos antiguos y nuevos en América puede entenderse como la proyección a Hispanoamérica de la división peninsular (Berta 560), puesto que allí también se distingue entre una zona conservadora y otra innovadora. De hecho, relacionando las variedades europeas y americanas del español se pueden crear dos grandes bloques dialectales intercontinentales: una central o interior, conservadora, que abarca el centro y norte de España y las Cordilleras de los Andes, y otra costera e insular, innovadora, que incluye las hablas meridionales, el canario y las islas y costas orientales formadas por el Caribe, las Antillas y las costas atlánticas (Montes Giraldo 83-84).
La división bipartita del dominio lingüístico español se basa realmente en la interpretación de hechos dialectales que mayor influencia ha ejercido en el desarrollo de la dialectología e historia de la lengua española, la cual dio origen al concepto de español atlántico, introducido por Diego Catalán en 1958. Catalán también llama la atención sobre el hecho de que las variedades lingüísticas que poseen rasgos fonéticos innovadores se extienden desde el sur de España, a través de las Islas Canarias, hasta las costas atlánticas de América, y forman juntas una unidad dialectal superior, el español atlántico, que se separa tanto de los dialectos septentrionales peninsulares como de los que se hablan en las zonas occidentales de América. Su opinión en cuanto a la correlación histórica entre el fonetismo peninsular meridional y el americano costero es firme, puesto que concluye que su presencia “a un lado y otro del Océano, en el reino de Sevilla, en Canarias y en América, no es, […] según vemos, el resultado fortuito de un paralelismo en la evolución ocurrida independientemente en las colonias y en la metrópoli” (Catalán 240). Sin embargo, al mismo tiempo duda de “que todos esos fenómenos fuesen llevados a América […] por los primeros colonos de las Antillas” (Catalán 241), considerando que la presencia de características idénticas en ambas zonas se debe a su propagación transatlántica, asegurada por las flotas de Indias que surcaban el océano Atlántico enlazando los puertos andaluces y las costas americanas. Con el adjetivo atlántico, Catalán no alude exclusivamente al área de difusión de los llamados meridionalismos fonéticos, sino que se refiere precisamente a “la continuidad geográfica entre su área peninsular española, su área insular canaria y sus áreas americanas” (Catalán 241). La idea del español atlántico como concepto metodológico se divulgó rápidamente y posteriormente ha sido utilizada en investigaciones sobre temas como las formas posesivas (Granda 1966) o la supervivencia de las formas de futuro de subjuntivo en esa misma área (Granda 1968) y la importancia de sus aportaciones a los estudios dialectales es indicada por el hecho de que recientemente se haya insistido en la necesidad de revitalizar su aplicación (Rodríguez Muñoz 2012).
El gran mérito de la teoría mencionada es que pudo en cierta manera reconciliar la profunda oposición que existía entre las dos teorías anteriores predominantes, gracias a que, como se puede apreciar, la interpretación de los hechos lingüísticos fue otra vez rectificada y precisada en función de los datos derivados de las investigaciones históricosociales. Esta actitud atenuadora y matizadora se refleja posteriormente también en la teoría de la nivelación. Esta hipótesis sostiene que el elemento meridional desempeñó realmente un papel primordial en la primera fase de la colonización, afectando fundamentalmente a la costa atlántica, mientras que en períodos más tardíos aumentó la importancia de otras regiones que también participaron en los procesos de configuración social y lingüística del Nuevo Mundo. De esta manera se niveló el papel de la población procedente de las regiones peninsulares y disminuyó el rol inicialmente destacado de la inmigración procedente del sur de España (Frago Gracia–Franco Figueroa 29).
Como se puede observar, tanto la teoría del español atlántico como la teoría de la nivelación contribuyeron a la atenuación o “nivelación” de la tensión que se percibía entre las teorías anteriores, más radicales en sus planteamientos y más apasionadas en sus argumentos. A consecuencia de ello, mientras se enriquecían los conocimientos referentes al tema, se reducía la importancia de toda la cuestión aquí tratada: actualmente el origen del español americano no se cuenta entre los temas especialmente discutidos por los lingüistas.
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