Chinese Immigration to Peru and the Asianophile Dora Mayer
During the entire 19th century and the first decades of the 20th century, Latin America experienced a massive, mainly European immigration. Peru was one of the countries where immigration policies failed. In the second half of the 19th century a significant number of Asian immigrants arrived in Peru, most of them Chinese. Later, from the beginning of the 20th century, the Japanese also arrived. The attitude towards Asian immigrants was ambiguous; those who defended and appreciated the presence of Chinese in the Peruvian society belonged to the minority. This article sheds light on some important aspects of the Chinese immigration in Peru through an analysis of their acceptance and the reasons behind the rise of a strong anti-Chinese discourse by way of Dora Mayer’s acts, who was one of the most important personalities defending Chinese immigrants and thus went against the grain.
La mayoría de los estudios publicados sobre la inmigración china en el Perú abarcan el período más importante: de 1849 (inicio de la inmigración) a 1909 (firma del protocolo Porras-Wu Ting Fang). Los temas más investigados son la semiesclavitud de los culíes chinos y su llegada masiva (hasta 1874), los discursos y motines antichinos y la influencia y actividades económicas de los chinos en las distintas regiones del país (véanse los trabajos de Humberto Rodgríguez Pastor, Wilma Derpich Gallo, Isabelle Lausent-Herrera, entre otros). El interés por la presencia de los chinos empezó a crecer desde los años 80 y 90 del siglo XX, y siguió aumentando gracias al acercamiento diplomático y económico entre los países (de momento China es el mayor socio comercial del Perú) (sobre los estudios actuales véase Aquino Rodríguez). Esperamos que con el presente artículo podamos ofrecer una aportación a los trabajos realizados sobre todo en centros peruanos y norteamericanos.
A lo largo del siglo XIX y durante la primera parte del siglo XX, en América Latina se experimentó una inmigración masiva, principalmente europea. Algunos países tuvieron políticas migratorias exitosas, otros intentaron atraer a colonos sin resultados notables. Perú fue uno de los países donde las intenciones para atraer inmigrantes fracasaron, o, mejor dicho, tuvieron resultados ambiguos. En el período mencionado, destaca la llegada de asiáticos: chinos en primer lugar, y, desde inicios del siglo XX, japoneses. La valoración de esta ola inmigratoria por los contemporáneos fue también ambigua, aunque debemos admitir que los que respaldaban, defendían y apreciaban la presencia de los chinos en el país representaban la minoría. En el presente artículo nuestra intención es ampliar los estudios de la inmigración china en el Perú presentando la labor de una de las figuras más conocidas de aquel pequeño grupo que defendía a los chinos a contracorriente en esta época. Por consiguiente, tras esbozar los datos históricos más importantes, la situación de los inmigrantes chinos, su aceptación en la sociedad y los motivos que provocaron el surgimiento de un antichinismo fuerte, en la última parte de nuestro artículo, Dora Mayer estará en el centro de nuestras investigaciones, una mujer que más bien ha sido y es estudiada como indigenista destacada de la época.
Durante todo el siglo XIX, Perú se enfrentó con el problema de la escasez de mano de obra en los territorios de la costa. Las grandes haciendas azucareras y de algodón, las islas guaneras o la construcción de ferrocarriles absorbían gran número de trabajadores. El último barco que transportaba negros a las costas peruanas llegó en 1818. Después de esta fecha, tanto la disminución del número de esclavos, como la alta mortandad de los nacidos, y, por consecuencia, el envejecimiento de este grupo de trabajadores, las continuas fugas y sublevaciones intensificaron el problema de los propietarios agrarios. Por lo tanto, en los años veinte y treinta, uno de los grandes problemas por resolver para los gobiernos fue el de la fuerza de trabajo en la costa. Conservadores y liberales abogaban por y en contra de la esclavitud, aunque estos últimos también reconocían que para los hacendados costeños el mantenimiento del tráfico de esclavos significó, por cierto tiempo, una solución para el problema. Finalmente, se decretó la abolición de la esclavitud en 1854 (Rodríguez Pastor 2001, 18-21). Los dueños de esclavos fueron indemnizados, entre ellos Elías Domingo, uno de los hacendados que más esclavos tenía en el momento de la declaración de la ley (Contreras – Cueto 139). Fue justo él, quien, en los primeros años de la década de los 50, obtuvo el privilegio de la importación de la mano de obra china.
En cuanto a la cuestión de la inmigración, se puede ver una diferencia muy clara entre la política estatal y el interés de los hacendados de la costa que perdurará hasta la tercera década del siglo XX. Los intelectuales liberales, la élite urbana, los industriales y el mismo estado favorecían la llegada de europeos o nortemaericanos, cuya tarea más importante habría sido civilizar y poblar, fortaleciendo el mercado interno. Para atraer a inmigrantes blancos, se necesitaba cambiar el sistema de latifundios, y hacer posible que pudiéran convertirse en pequeños propietarios (sobre los debates en cuanto a la inmigración y la formación de la nación véase Anderle 1974). En cambio, los terratenientes defendían el sistema existente y al trabajador asiático, porque, según ellos, la mano de obra asiática fue la que podía proporcionar brazos baratos para la agricultura costeña. A pesar de los esfuerzos del estado (diferentes leyes (dictadas en 1835, 1849, 1873 y 1893) y proyectos tuvieron el fin de apoyar la llegada de blancos), el Perú recibió un número insignificante de inmigrantes europeos, sobre todo irlandeses, alemanes, franceses, italianos y vascos. En cambio, la inmigración deseada por los hacendados tuvo un florecimiento en la segunda parte del siglo XIX y en las tres primeras décadas del siglo XX. Según datos del censo de 1876, del 4% de población extranjera en el país 47% eran asiáticos y 23% europeos (Contreras – Cueto 138-140; Contreras 13-17, Derpich Gallo 77-78), proporción que no cambió durante las décadas posteriores.
Mediante la llamada “Ley China”, dictada en 1849, proletarios rurales chinos empezaron a llegar a las costas peruanas. En los primeros cinco años, hasta la abolición de la esclavitud, no llegaron más que cinco mil trabajadores, número que alcanzó casi los cien mil en 1874, año de la suspensión de la inmigración declarada por el Tratado de Tien Tsin. El verdadero auge se experimentó en los últimos cinco años, cuando llegó más de la mitad del total de los inmigrantes chinos establecidos en el país (Rodríguez Pastor 2001, 26). Aún antes del viaje, el culí chino debía firmar un contrato (en general por ocho años) en el cual se precisaban las condiciones de su viaje y su futuro trabajo. Varios autores (Rodríguez Pastor, La Torre Silva, Derpich Gallo, Hu-Dehart, Lausent-Herrera, etc.) detallaron tanto el contenido del contrato, como las circunstancias de la trata amarilla de este primer período, por lo que nosotros sólo llamamos la atención a algunos hechos importantes.
Derpich Gallo distingue cuatro etapas en la historia de la trata amarilla en las haciendas costeñas, entre las cuales la primera corresponde al régimen de contrato. Finalizados los contratos, los latifundistas ofrecían al chino la posibilidad de ser recontratado para que permaneciera en las haciendas. Esta etapa fue seguida por la apariencia de un intermediario (contratista) entre hacendados y chinos. El contratista (que actuaba de la misma manera que los enganchadores de los indígenas en la sierra) se encargaba de varias tareas que anteriormente había hecho el hacendado, y se convirtió en una figura importante. A menudo eran chinos libres quienes desempeñaban esta función. Finalmente llegamos a la última etapa: después de la Guerra del Pacífico aparecieron los yanacones o peones libres (Derpich Gallo 78-79).
Como ya hemos mencionado anteriormente, el principal destino de los culíes chinos fueron las haciendas costeñas de azúcar y de algodón, especialmente en los Departamentos de Lima y La Libertad (Klarén 74). Aparte de este trabajo, utilizaban la labor del culí chino en la extracción del guano, caso que llamó la atención de círculos internacionales también. Las circunstancias del trabajo eran inhumanas, así como los maltratos que sufrían los trabajadores. Tras su introducción en las islas Chincha por Domingo Elías, pronto los chinos se convirtieron en la principal fuerza de trabajo en los yacimientos. En 1853, de los 850 trabajadores de Domingo Elías, 600 eran chinos (Santillana Valencia, 903-904). Otro destino de los chinos fueron las construcciones de ferrocarriles y debemos mencionar su presencia en la Amazonía también, donde en ciertas zonas establecieron colonias numerosas y exitosas. Al principio, estaban involucrados en la explotación del caucho y, posteriormente en todos los negocios relacionados con ella (tráfico y comercio de alimentos y otros productos) (Lausent-Herrera 1986, 53-57).
La explotación de los culíes y sus circunstancias de vida eran criticadas por los contemporáneos nacionales y extranjeros también. El trato que recibían era como el de los esclavos negros, con algunas diferencias (tenían contrato, el chino no era propiedad del hacendado), por lo que se considera que vivían en semiesclavitud. Diferentes tipos de castigos eran cotidianos, como por ejemplo castigos corporales, uso de cadenas, carceles, encierro, etc., que originaron el surgimiento de varias formas de resistencia: el cimarronaje, rebeliones, incendios o asesinatos (Santillana Valencia 946; Rodríguez Pastor 1999, 21; Rodríguez Pastor 2001, 34-35). Presionado por China y el gobierno británico, Perú firmó el Tratado Tien-Tsing en 1874, poniendo fin a la trata amarilla. Según el tratado, China tenía derecho a investigar los casos de abuso y las condiciones de trabajo de los inmigrantes, por tanto, una comisión formada por oficiales chinos y peruanos se estableció en 1887 para inspeccionar la situación y buscar soluciones. Sin embargo, según el expediente sobre la investigación, no se iniciaron procedimientos contra los culpables (Gonzales 393).
Muchas veces el único apoyo para soportar las condiciones inhumanas era el opio, cuyo consumo no sólo era permitido por los hacendados, sino que ellos mismos lo importaban y suministraban para sus culíes. El opio pronto se convirtió en recurso de castigo y recompensa. El opio no sólo significaba alivio para los sufrimientos: su sobredosis era también una de las maneras más frecuentes de suicidio entre los chinos. Viendo el gran consumo de la droga, el gobierno peruano con el objetivo de sacar provecho de las ganancias, estableció un monopolio estatal en su importación en 1887 (Hu De-Hart 37-39). En estos años ya había en marcha fumadores de opio en las ciudades, establecidos por chinos libres.
La apariencia de los chinos en las ciudades abrió una nueva página en la historia de la colonia. Su anterior carácter rural desapareció, los exculíes se dispersaron en las ciudades y en otras zonas de la costa. Iniciaron nuevas actividades en el comercio y servicios para satisfacer las necesidades de la sociedad peruana en un período de modernización. Además de administrar fumadores de opio, casas de juego y dirigir grandes casas comerciales y teatros, los miembros de la colonia trabajaban como comerciantes, carniceros, zapateros, panaderos, cocineros, sirvientes domésticos, barrenderos, yerbateros, abrieron pequeños negocios, como talleres artesanales, tiendas, pequeños restaurantes, etc. (Corilla Melchor 185). En los primeros años del siglo XX, hasta 1909, se experimentó una nueva ola de inmigración, esta vez de carácter libre. Los inmigrantes se concentraron en el Departamento de Lima, donde en estos años surgió y se enriqueció la élite china. Nació el barrio chino en la zona del Mercado Central (7% de la población de este distrito era de raza amarilla en 1908), que se consideró como el más sucio y atrasado de la capital (Rodríguez Pastor 2001, 224-225). Justamente con la suciedad, la miseria y las malas condiciones de la vivienda se asoció la aparición de la peste bubónica en el país. Entre 1903 y 1930, se registraron más de 20 mil casos de peste, aunque, según calculaciones, este número posiblemente llegara a los 40 mil (Cueto 57). Pronto comenzaron a culpar de la epidemia a los serranos, y, sobre todo a los chinos por sus condiciones miserables de vida. La peste era motivo de estigma social, como lo escribe Carlota Casalino Sen, aunque en realidad, el número de víctimas chinas de la peste era muy bajo (Casalino Sen 123-124).
Desde la firma del protocolo Porras-Wu en 1909 hasta 1930 (total suspensión de la inmigración por Sánchez Cerro), llegaron menos inmigrantes que durante el auge de inicios del siglo por causa de la introducción de permisos especiales para los nuevos inmigrantes. El nuevo sistema generó una atmósfera de corrupción y fraude. En el Perú, en estos años se experimentó un creciente antichinismo. Uno de los motivos del antichinismo fue la mencionada asociación de la peste bubónica y la raza amarilla, y éste provocó las restricciones de la inmigración y su suspensión temporal (por casi dos años, hasta 1924) y finalmente total en 1930. Antes de la ascensión al poder de Sánchez Cerro, en los años 1928, 1929 y 1930, la inmigración china de la primera parte del siglo XX llegó a su último auge (McKeown 73-83), que pronto fue seguido por elevados niveles de sentimientos negativos por parte de la sociedad. El mayor número de inmigrantes japoneses llegó al país en esta década, lo que tuvo un efecto importante en la composición de la colonia asiática: según el censo de 1931, casi 20 mil asiáticos vivían en Lima y Callao, pero la mayoría ya era japonesa (Anderle 1985, 67).
La llegada de inmigrantes chinos a un país que tenía tantos prejuicios raciales como el Perú, provocó sentimientos y reacciones negativas en varias capas de la sociedad, por muy distintos motivos. En cada momento de la inmigración del período estudiado por nosotros había por lo menos una capa de la sociedad peruana que encontró motivos para criticar, despreciar y rechazar la raza amarilla. Por lo tanto, el inmigrante chino era blanco fácil de maltratos, abusos e incomprensiones, a pesar de los cuales intentó adaptarse a esta sociedad excluyente, conservando su herencia cultural e identidad. Tampoco olvidemos su respuesta a los abusos y maltratos: las fugas, las revueltas y asesinatos, los cuales provocaron aún más odio hacia ellos. En el primer período de la trata amarilla, como hemos mencionado ya, los hacendados apoyaban a toda costa la llegada de culíes a las costas peruanas. Sin embargo, después del término del período del contrato o recontrato, cuando los hacendados ya no podían sacar provecho de su labor, compartían la opinión de otros sectores de la sociedad, principalmente de los intelectuales, según la cual los culíes debían regresar a su país. Los prejuicios raciales contra los amarillos eran semejantes a los existentes contra los indígenas o negros: los menospreciaban, los consideraban una raza inferior y degenerada que se caracterizaba por la ignorancia y el atraso (Rodríguez Pastor 2001, 228-229). En 1870, se introdujo una resolución en el Congreso Peruano con el objetivo de prohibir la inmigración y expulsar a los chinos del país, sin embargo, la propuesta fue rechazada (L. Chou 64). El desprecio y la hostilidad crecieron más después de la Guerra del Pacífico, en la cual chinos fugitivos apoyaron a los ejércitos chilenos. Debemos añadir que ya en estos tiempos aparecieron voces de defensa. Ciertos abogados, periodistas y pensadores humanistas empezaron a alzarse defendiendo a los peones chinos (Derpich Gallo 81).
Terminado el primer período de la presencia china, los inmigrantes debían enfrentarse a nuevos motivos de prejuicios y agresividad. Lima se chinizaba, lo que significó un gran “peligro” para la sociedad. Influenciados por el darwinismo social y el positivismo, los intelectuales advertían que el chino sólo obstaculizaba el progreso. Como resultado del discurso antichino, a finales del siglo XIX y a principios del siglo XX, varios intelectuales (por ejemplo Hildebrando Fuentes, Cesar Borja, Clemente Palma) publicaron en la prensa una serie de artículos de propaganda atacando a los chinos. Aunque nuestro objetivo es presentar con más detalles los artículos de Dora Mayer, creemos útil citar unas palabras de Clemente Palma para demostrar las ideas de la mayoría de la intelectualidad limeña contemporánea. Así habló Palma sobre la raza amarilla en su Tesis para optar el Grado de Bachiller en 1897:
… una de las razas más viejas y más inútiles, …, es débil como una tribu infantil, …, incapaz de todo esfuerzo, incapaz de toda iniciativa y de toda actividad. … se hunde en la monotonía de una existencia partiarcal, vagando en la tranquilidad de los extravagantes ensueños del opio… Los chinos, repito, no representan ningún principio activo de vida, nada útil, nada práctico, no constituyen una fuerza. Como nuestra raza india, la raza china es una entidad silenciosa y pasiva en la Historia.” Y más tarde añade: “De allí que la raza china, no renovada en tantos siglos, sea una sangre impura, enferma. El chino lleva en sus venas los gérmenes de repugnantes enfermedades que prueben lo que digo: esas enfermedades son la tisis, la lepra y la elefantasis, enfermedades que, como es sabido, son hijas de los vicios de sangre y de la debilidad y de la degeneración de razas. (Palma 15-16)
Otra razón del surgimiento de los sentimientos antichinos fue el creciente peso económico de los chinos en el país. Los chinos representaban, según las masas populares, una competencia desleal en el trabajo en una situación de crisis económica, sobre todo porque se encargaban de oficios por salarios más bajos que los peruanos (McKeown 71). Sin embargo, según los estudios económicos de la época, los chinos no significaron una competencia, puesto que no se dedicaban a las actividades de los obreros urbanos, sino que se dedicaban a otros tipos de trabajos. Cobraban menos que los demás y trataban de acumular una fortuna para las generaciones posteriores (Casalino Sen 125). Al mismo tiempo, los trabajadores limeños veían con recelo su laboriosidad. La única actividad en la cual los chinos realmente significaban una competencia era la de los barredores: más del 90% de los barredores de la municipalidad de Lima eran chinos (McKeown 71), lo que servía de buen tema para crear caricaturas del estereotipo chino en las revistas de la época.
La hostilidad contra los chinos se manifestó en actos agresivos y vandálicos también. Uno de ellos fue el ataque del “Batallón Cuchara”, un grupo de mataperros (jóvenes callejeros), cuyos principales blancos fueron los barredores chinos. La consecuencia de los ataques fue un constante y creciente odio entre las dos partes (Paroy Villafuerte 2013, 95-98). Otro ejemplo de acontecimientos violentos fueron los motines del mayo de 1909, cuyos motivos eran el ya mencionado problema de competitividad entre los trabajadores chinos y peruanos, la llegada de números elevados de nuevos inmigrantes, la falta de trabajo y la carestía de las subsistencias. Maltratos físicos, agresión verbal, saqueo y destrucción de fondas y tiendas chinas fueron los resultados de los motines (Corilla Melchor 186-187). El motín del 9 de mayo fue seguido por dos más (el último se considera una rebelión). Además de agresiones contra los chinos, hubo manifestaciones políticas, el 29 de mayo incluso se llevó a cabo un fallido golpe de estado contra el Presidente Augusto B. Leguía. La reacción del gobierno ante los hechos fue la firma del protocolo Porras-Wu y la suspensión de la inmigración china al Perú (Zevallos Ruiz 176-181). En 1917 se creó la Liga Antiasiática, en 1919 de nuevo estallaron motines violentos contra asiáticos, en 1922 una ley clausuró los herbolarios chinos y, como muestra de los prejuicios existentes, en los siguientes años de nuevo se experimentó una propaganda antichina en los periódicos (Toledo Brückmann 2; McKeown 79).
Esta vez los chinos decidieron encararse con los ataques, y apoyaron la publicación de escritos que subrayaban los valores de la colonia china y su influencia positiva en la sociedad peruana. Debemos mencionar los antecedentes de esta actitud organizada por parte de la colonia. En 1886, fundaron su primera organización, la Sociedad de Beneficiencia China. Desde estos tiempos en adelante, la colonia trató de alcanzar una consolidación, y no sólo crearon redes de comercio, sino también centros sociales en varias zonas del país hasta alcanzar cierta presencia incluso en la política. Un ejemplo sobresaliente fue el Departamento de La Libertad, donde crearon templos religiosos, partidos políticos, Cruz Roja China y un colegio para chinos peruanos (Morimoto 119-124). En los primeros años del siglo XX, los chinos peruanos fundaron dos periódicos, La voz de la colonia y Man Shing Po, crearon su propio club de ténis y, para 1920 ya existían cerca de treinta asociaciones políticas y de hermandad. En 1924, la Sociedad Beneficiencia China publicó un álbum fotográfico, La colonia china en el Perú: su actuación benéfica en la vida nacional: Instituciones y hombres representativos con el fin de presentar los miembros intelectuales y exitosos de la colonia china (López-Calvo 31; Lausent Herrera 2009, 125). Otra publicación fue una revista semanal, El internacional, que tenía como objetivo presentar los logros económicos de los inmigrantes chinos y que tuvo sólo unos números. También en 1924, se editó La China silenciosa y elocuente: Homenaje de la colonia china al Perú con motivo de las fiestas centenarias de su independencia, obra patrocinada por hombres de negocios chinos y escrita por la indigenista alemana-peruana, Dora Mayer (López-Calvo 32). En las mismas celebraciones del centenario de la independencia, la colonia china regaló al estado peruano, en honor de las fiestas, una fuente de mármol italiano adornada con figuras alegóricas de la fraternidad entre los dos pueblos (McKeown 80-81). La colonia china con estos actos y comportamiento quería demostrar su intención de adaptarse a la sociedad peruana y lograr su aceptación.
Se puede considerar un hecho excepcional que la colonia china encargara a Dora Mayer escribir la obra mencionada arriba. Esta mujer blanca, incluso alemana que representaba el tan deseado inmigrante europeo era uno de los muy pocos que trataban de subrayar los valores positivos de los inmigrantes asiáticos. Unas tres décadas antes, una de las primeras voces defensores del chino fue la de Juan de Arona, quien, en su obra La inmigración en el Perú (1891), “A direrencia de otros autores … intenta incorporar al asiático dentro de los cuadros de costumbres criollas recurriendo a imágenes cotidianas de la sociedad limeña” (Zevallos 2012). Mayer fue otra persona que se diferenciaba de sus contemporáneos en la manera de examinar a los chinos, aunque, en tiempos de Arona, todavía representaba el “otro lado”. La periodista, en su primer artículo sobre la inmigración, en 1902, todavía consideró inconveniente la inmigración asiática. Enumerando sus malas costumbres advirtió que la llegada de los asiáticos era peligrosa para el progreso. Aunque afirmó que “El asiático es tolerado entre nosotros por servicios que necesitamos que nos preste – motivo suficiente desde luego para que le tratemos con respeto, y no con orgullo y desden” (El Comercio, 13 de septiembre de 1902), opinó que la inmigración africana era más conveniente para el Perú que la china, porque los chinos, por ser una raza vieja, no podían asimilarse y adaptarse a la sociedad peruana.
En 1906, en otro diario, La Prensa, Mayer tuvo una serie de artículos sobre la inmigración, tópico muy popular en las columnas de los periódicos de la época. En esta serie dedicó un artículo a la inmigración asiática, en el cual, repitiendo su opinión anterior, tenía una postura negativa hacia los chinos. No obstante, debemos añadir que Mayer no los rechazó completamente, ni favoreció la suspensión de la llegada de los inmigrantes al formular su opinión en la siguiente manera:
No negamos que las virtudes chinas y japonesas puedan redundar en beneficio de la moralidad e intelectualidad peruanas, pero es un hecho incontrovertible que nuestra república no debe convertirse en un Imperio Celeste… Tenemos en la actualidad una línea de vapores directa que nos une con el Asia, de manera que el contingente de inmigrantes amarillos que pudiéramos desear, nos llegaría con mayor espontaneidad que antes. … En efecto, es contrario a la civilización negar ingreso al territorio nacional a cualquier hombre o familia que con sus propios medios se moviliza en el mundo. (La Prensa, 1 de mayo de 1906, ed. de la tarde, 1.)
Apenas once años después, la misma Mayer ya protestó contra la propaganda antichina en su propia revista, La Crítica. Pero ¿cuáles pueden ser las razones de este cambio en la actitud de la periodista? ¿Por qué la preocupaba tanto la inmigración china? ¿Cómo se enlazó con la colonia?
Conocida como indigenista destacada de inicios del siglo XX, llegó de Alemania a Callao con su familia a los 5 años, en 1873. Inició su obra periodística muy fructífera en 1900, en El Comercio, periódico, en el cual durante dos años publicó sus artículos políticos y filosóficos en su propia sección, Inserciones. En los siguientes 59 años, hasta su muerte en 1959, colaboró con diarios y revistas tan importantes de la época, como La Prensa, La Crónica, El Tiempo, Amauta, Labor, El Callao y, por más de veinte años, con Oriental, revista de la colonia china fundada en 1931. En los años diez, dirigió El Deber Pro-Indígena, publicación de la Asociación Pro-Indígena, cuyo fundador, con dos otros destacados intelectuales de la época, fue Dora Mayer (Jancsó 2009, 88-90). Después de la disolución de la Asociación, creó con su amiga, Miguelina Acosta Cárdenas, su propio semanario, La Crítica (1917-1920), y más tarde Concordia (1928-1929) y El Trabajo (1931-1934).
Ya nos hemos referido a que durante su larga trayectoria periodística, el período más activo de Mayer corresponde con su labor en la Asociación Pro-Indígena, fundada en 1909. Sus colegas y sus contemporáneos indigenistas de la época, en cuanto a la inmigración china, compartían las opiniones más difundidas de aquel entonces, subrayando que los inmigrantes asiáticos, una raza degenerada, quitaban a los indígenas serranos las posibilidades de trabajar en la costa. Aún más, el mismo Pedro Zulen, de descendencia china, co-fundador de la Asociación y amigo de Dora Mayer, parecía pertenecer a la mayoría, o por lo menos era “neutral”: no criticó en ningún escrito suyo los actos violentos contra los inmigrantes chinos, mientras escribía decenas de artículos en defensa de los indígenas. Lausent-Herrera en un artículo analiza detalladamente los posibles motivos de su silencio y su actitud. No es posible, según Lausent-Herrera, que no tuviera contactos con la colonia china, puesto que en 1913 le ofrecieron la posición de secretario honorario de la Asociación de Comerciantes Chinos, oferta que rechazó por sus labores en la Pro-Indígena. También, era amigo muy cercano de Mayer, quien, desde los años diez, expresó con cada vez más convicción su postura asianófila. Sin embargo, para él, el único camino fue el de la defensa del indígena, hecho que, siendo un mestizo de padre chino, puede ser explicado con la dificultad de lograr ser reconocido entre los intelectuales de la época (Lausent-Herrera 2009, 122-124).
El cambio en los pensamientos de Mayer sucedió desde los años diez. Puede que el conocimiento cada vez más profundo del problema indígena también le influyera en estos cambios. Moore llama la atención a que Mayer y Cárdenas ya en 1918 opinaron que para el indígena serrano el trabajo en las plantaciones sería sólo un sufrimiento, un nuevo tipo de enganche (Moore 204). Desde su fundación en adelante, Mayer y Cárdenas dedicaron varios artículos al tema de la inmigración extranjera y, sobre todo, a la inmigración asiática. En diciembre de 1917, criticaron a la sociedad peruana por tener prejuicios contra los asiáticos y querer tener inmigración blanca a toda costa (La Crítica, 16 de diciembre de 1917, 2). Algunas veces comentaron artículos publicados en otros periódicos, como ocurriera con un artículo titulado “El odio al extranjero” aparecido en El Tiempo. “La Crítica protesta hoy enérgicamente contra la malsana propaganda anti-asiática que se está agitando en nuestro pueblo;…” – escribieron (La Crítica, 3 de febrero de 1918), y repitieron su opinión en otras ocasiones también, llamando la atención a que “Los brazos que necesitaremos cada vez en mayor escala, en cuanto se desarrolle la industria, tendrán que ser en gran perfección extranjeros y, como peligro nacional, todos los extranjeros son iguales…” (La Crítica, 31 de marzo de 1918, 3).
Viendo el gran interés y preocupación de Mayer por los inmigrantes chinos, no resulta tan sorprendente que la colonia china la invitara a escribir la obra La China silenciosa y elocuente…, en la cual, utilizando el estilo ya conocido de sus tiempos pro-indigenista, intentó responder a las críticas que los chinos recibían. El título del libro bien refleja, como lo indica Moore, que Mayer alzó la voz por un grupo que no se oía y que no podía hablar, es decir, para la colonia, Mayer actuaba como intermediaria (Moore 207). En el libro Mayer relató la historia de la inmigración china y su rechazo, analizó la agitación anti-asiática y presentó la situación de la colonia en el momento de la publicación de la obra. Quería presentar un paralelo muy claro entre la raza amarilla y el indígena peruano al escribir lo siguiente:
Tomamos en primer lugar en examen el color de la raza china. La palabra “raza amarilla” se deshace bajo ese crisol. ¿Qué chino vemos en el Perú que no tenga más o menos el mismo color que los naturales, y hasta muchas veces es más blanco que ellos? … El hijo del Imperio Chino y el hijo del Imperio Incaico tienen el bello punto de contacto de una antigua civilización autóctona y de muchas experiencias de la vida que bien podrían inducirlos a simpatizar el uno con el otro. (Mayer 1924, 14-16)
Mayer hizo un trabajo realmente amplio: reunió un sinnúmero de datos e información para poder presentar la situación de la industria, el comercio, la agricultura y la educación en China, además de tratar temas como la política internacional, la sociedad y la modernización o el rol de la mujer en la sociedad china. Trabajó con el mismo afán, minuciosidad, esmero, convicción y constancia que la caracterizaban en su labor Pro-Indígena. Era una verdadera activista política y luchadora social, sensible a los problemas de los oprimidos, por lo que la colonia podía estar contento con el trabajo realizado: nació una obra realmente compleja y encontraron en la personalidad de Mayer una fiel patrocinadora. El verdadero auge en su época asianófila comenzó en estos años.
En su revista, Concordia, Mayer dedicó artículos al tema casi en todos los números, incluso publicó el primer número como homenaje a la China unificada con un artículo sobre Sun Yat Sen y con textos de Pedro Zulen y autores chinos. Aún más, en el número 7 afirmó que “Concordia” simpatiza especialmente con los indígenas y los chinos, porque son éstos los que necesitan de defensa, como no la necesitan los gamonales, ni los yanquis, que se defienden sólos…” (Concordia, 10 de enero de 1929, 5). En éste y otros escritos de Mayer se sentía cada vez más el mismo humanismo y paternalismo que la caracterizaban en su labor indigenista. Quizás este carácter de Mayer es la clave de su actitud asianófila también. Ella misma enfatizó el paralelo entre asiáticos e indígenas al escribir: “El triunfo del Japón sobre Rusia fue el primer grito de reivindicación de las razas de color. El triunfo del nacionalismo chino es el segundo. El grito de Gandhi en la India no tardará en sonar. Y el grito del indígena andino vendrá a continuación” (Concordia, 10 de agosto de 1928, 11). En las páginas de su revista dedicó cada vez más espacio a temas políticos e históricos relacionados con el país asiático; publicó artículos sobre el comunismo en China, relaciones entre China y Japón, la historia de China, las instituciones de la colonia china en el Perú, etc. Esto es, ya no sólo le preocupaban la suerte de la colonia china y la cuestión de la inmigración, sino la China comunista, los acontecimientos y cambios producidos en el país y sus efectos también.
Esta dualidad se puede notar en la actitud del gran pensador de la época, Mariátegui también, aunque en su caso más bien se trata de un interés político. Mariátegui despreciaba a los asiáticos y opinaba que los inmigrantes chinos no habían traído al Perú ningún elemento de la civilización china (Mariátegui 341). En su revista, Amauta, Mayer, sin embargo, repitió varias veces su postura positiva hacia esta raza. En un número de 1927, así exclamó:
¿excluir a las razas asiáticas? no; mil veces no. Hacerlo sería traicionar el lema de nuestros más altos pensadores: “América para la humanidad”. El asiático, hijo errabundo de una patria sobrepoblada, tiene su porvenir moral y cultural en este continente abierto a la inmigración. Aquí traerá junto con sus cacareados vicios, las virtudes que supieron guardar durante siglos la Muralla de la China y las olas que bañan las playas de Niponia. Negar al asiático esta expansión, esta oportunidad de transformarse, bajo la presión de un nuevo medio topográfico oriental y una ajena civilización occidental ¡es o sería un enorme delito de lesa humanidad. (Amauta, núm 9., mayo de 1927, 15.).
En los siguientes años Mayer no abandonó el tema de la inmigración, las cuestiones de la raza y los prejuicios. En su obra, Pro paz de Sur América, retornó a la historia de la inmigración china y japonesa, apreciando casi siempre la primera y critizando la segunda. En el texto urgía la peruanización del inmigrante, exclamando que todos los inmigrantes tendrían que hacerse peruanos, lo que era la única esperanza del país (Mayer 1938, 21-22). En 1942, en otro ensayo suyo consideró que el problema de la inmigración era más arduo que el problema indígena. Sentía una gran culpa del hecho de que en el Perú seguían esperando la inmigración blanca que no llegaba. Y si llegara, dijo Mayer, tampoco sería ventajosa su presencia, puesto que el blanco siempre se consideraba superior a la población autóctona. Éste era otro motivo para apoyar la inmigración china y japonesa, que fue rechazada no sólo por las clases altas, sino por las clases bajas también (Archivo de Dora Mayer de Zulen 1942, documento 1., 4). En un ensayo siguiente del mismo año, tocó el tema de la diferencia entre inmigrantes indigentes y acomodados y notó disgustada que el inmigrante (chino, por ejemplo) que sólo podía ofrecer su brazo nunca podía ser considerado un elemento valioso para la sociedad:
Sucede que al inmigrante que trae dinero se le recibe con palmas, tanto de parte de las clases altas como bajas. Pero, si el inmigrante viene a trabajar, hasta los mismos trabajadores lo desprecian por pobre y no reconocen el mérito que tiene el factor trabajo. ¿Acaso no sería útil que colonos pobres hagan producir tierras eriales o rompan la soledad de inmensos desiertos? (Archivo Dora Mayer de Zulen 1942, documento 10., 12)
Podríamos presentar otros artículos de Mayer publicados en La Crónica y El Callao, en los cuales elaboró temas chinos, pero, ahora, antes de terminar nuestro estudio, preferimos mencionar la actividad de Mayer en Oriental, revista mensual de la colonia china. Parece que la periodista estaba en estrecho contacto con la revista, aparecían artículos suyos sobre diversos temas por largos años, en los que repetía sus pensamientos anteriores. En el número que celebró el 25 aniversario de la fundación de la revista, dedicaron un artículo a Dora Mayer, en el cual, elogiando su postura asianófila y su humanidad, se resumió de manera muy acertada qué significaba Mayer para la colonia china-peruana:
Gran admiradora del pueblo chino, fue una de las primeras y más constantes colaboradores de “Oriental”. Lleva escribiendo para nuestras páginas hace más de 22 años, tocando temas en los cuales siempre se advierte la emoción humana, el ansia de contribuir a la solución de los problemas sociales… Ferviente enamorada del alma china, de su arte millenario y hasta los rostros exóticos de su gente, figura en la cronología del “Oriental” como lucero imborrable en el firmamento de quienes supieron laborar con dedicación y cariño para consolidar la fraternidad de asiáticos y occidentales. (Oriental, abril de 1956, 41)
Tanto en la redacción del Oriental, como en la colonia, Mayer gozaba de gran respeto, la consideraban amiga y protectora de los chinos, de la misma manera como la respetaban los indígenas unas décadas antes. En nuestro artículo no queríamos ocupar más espacio para detallar su relación discutida con Pedro Zulen, estudiada ya en varios trabajos anteriores. Sólo queremos mencionar que Mayer mantuvo contactos con la hermana de Zulen, después del fallecimiento de su amigo. Elvira Zulen también estuvo presente en un acto de homenaje para celebrar los 90 cumpleaños de Mayer, quien vivía en completa pobreza en sus últimos años. Oriental dio cuenta de la celebración, publicando la última larga entrevista con la periodista y dedicando un número entero de la revista a Mayer. No sólo Oriental rindió homenaje a la mujer anciana, sino otras instituciones chinas y nacionales también, como la Asociación Femenina de la Colonia China, el Consejo Nacional de Mujeres, la Embajada de China, el Colegio Humboldt, directores de otras revistas, editoriales, etc. (Oriental, no. 310.). Todos subrayaron que Dora Mayer había dedicado sus esfuerzos durante su fecunda obra periodística a dos causas desinteresadamente: la indígena y la china, poniendo su pluma humanista y paternalista al servicio de estos dos grupos. Este homenaje fue también una despedida de esta gran luchadora social. Mayer murió unos meses después, en enero de 1959.
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