Official Stories. Abduction and Kidnapped Children in Latin American Dictatorships and Their Representations in Film
Luis Puenzo’s film, The Official Story (1985), introduced the world to some terrible events that had barely been known before outside Latin American countries. Foreign moviegoers knew almost nothing about the recently concluded dictatorship in Argentina, but due to this award-winning movie (Golden Globe Award, Academy Award for Best Foreign Language Film) the regime’s gruesome violence became part of the human collective consciousness. Puenzo introduced the survivors, victims and perpetrators of a country devastated by disappearances, abductions, torture, humiliation and the brutality of the totalitarian state. This film also proposed a new approach for the understanding of Latin American cinema, namely, to face the past and address the issues of the national historical memory with filmic methods. The aim of this paper is to highlight the explicit and implicit connections between this film and its historical background and, in addition, to point out further movies that have dealt with the topic of politically motivated kidnapping.
En el año 1985 una película argentina irrumpió en el mundo del cine internacional y un año después cautivó la atención de la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood y también la de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas estadounidense. La historia oficial (1985), dirigida por Luis Puenzo y galardonada con el premio Globo de Oro y el premio Óscar a la mejor película de habla no inglesa, dio a conocer al mundo unos terribles acontecimientos que antes apenas se habían conocido fuera del subcontinente latinoamericano. Los aficionados al cine no sabían casi nada sobre la dictadura argentina que había terminado hacía poco, pero gracias a las proyecciones de este film multipremiado los hechos violentos de la dictadura se acercaron a la mente colectiva del público.
La importancia del largometraje de Puenzo se manifiesta sobre todo por su inmediatez, tanto para los argentinos como para los extranjeros: fue rodado sólo dos años después del fin del período dictatorial que dejó abiertas un gran número de heridas en el cuerpo de la sociedad argentina. El film presentó a los espectadores, a los supervivientes, víctimas y verdugos de una Argentina golpeada por las desapariciones, secuestros, torturas, humillaciones y una sociedad machacada por la crueldad e impiedad del poder totalitario. Además, designó un nuevo derrotero en el arte cinematográfico argentino: afrontar el pasado y abordar el tema de la memoria histórica nacional con métodos cinematográficos. La historia oficial fue la primera película que exhibió a los argentinos (y también a los extranjeros que tuvieron la posibilidad de verla) un segmento de su propia historia a través de un tema central (secuestro y adopción de niños), enfocando la vista fílmica en la atmósfera sofocante de la época y en los conflictos candentes sin resolver.
El film plantea el problema contradictorio de la relación entre culpabilidad y colaboración que generalmente surge después de la caída de las dictaduras. ¿Podemos considerar culpables a aquellas personas que conocían perfectamente lo que estaba pasando en su país pero que no hacían nada contra las injusticias? ¿Puede ser cómplice una persona que se conforma con las circunstancias e intenta sobrevivir sin entrometerse en los sucesos? ¿Se puede culpar a alguien que permanece neutral y callado frente a los abusos porque teme por la vida y seguridad de su familia? ¿Y qué pensamos sobre la gente que, además de no alzar la voz, incluso saca provecho de la colaboración con la administración opresora? Los historiadores, sociólogos y autoridades competentes llevan varias décadas intentando averiguar dónde se sitúa la línea divisoria sumamente estrecha entre la inocencia y la culpabilidad. La película de Luis Puenzo no tiene la intención de juzgar a sus caracteres, en vez de eso, nos presenta una imagen variopinta sobre los personajes que luchan por salir adelante de alguna manera. La acción sucede en el año 1983, cuando la sociedad argentina ya estaba enterada de las desapariciones y los secuestros, y se generalizó la protesta de las mujeres.
La protagonista de la película es Alicia (interpretada por Norma Aleandro), una maestra de historia cuyo marido, Roberto (encarnado por Héctor Alterio) trabaja para el estado. En el colegio donde Alicia enseña surgen temas políticos sobre el pasado y el presente, manifiestándose la confusión ideológica de los jóvenes. El matrimonio tiene una hija adoptiva y la protagonista, después de enterarse de los robos de niños, todos cometidos por y en nombre del gobierno, comienza a sospechar que su hija también pertenezca al grupo de los niños robados. Después de investigar entre las mujeres y abuelas que están buscando a sus hijos, nietos y parientes desaparecidos, Alicia comparte sus dudas con su marido. El problema tiene incluso un segundo nivel: si Roberto ha utilizado sus contactos políticos con el fin de conseguir un bebé, entonces es muy posible que también haya participado en hacer desaparecer a los verdaderos padres de la niña. La investigación de Alicia conlleva consecuencias incómodas y la mujer debe decidir cómo causará el menor daño posible a su hija y a su entorno: desvela la verdad para hacer justicia o mantiene el secreto de su familia para no perturbar la tranqulidad de su hija. La protagonista emprende su investigación no porque la impulsara la curiosidad, sino porque la realidad penetra en su esfera privada y por influjo de la concurrencia de las circunstancias por las que se ve obligada a cuestionar la sinceridad de su marido y del ambiente que la rodea. Este cambio de actitud abre la caja de Pandora y desencadena consecuencias imprevistas.
La clave de sobrevivir en esta dictadura se esconde en el consejo que Roberto le da a su esposa en el aeropuerto antes de ir de viaje: ˝¡Deja de pensar!˝- dice Roberto a Alicia. Una advertencia que es válida en todos los regímenes totalitarios, independientemente de su ideología, aunque su génesis se vincula más bien con las llamadas “cinco leyes del socialismo” que nacieron en Europa Central: “No pienses. Si piensas, no hables. Si piensas y hablas, no escribas. Si piensas y hablas y escribes, no firmes. Si piensas y hablas y escribes y firmas, no te sorprendas.” (Valuch 175)
El temor llega a ser un elemento intrínseco de la sociedad y sólo pocos se atreven a tratar de desmontar, o por lo menos debilitar las barreras sólidas. Existe una versión oficial, sostenida por el estado y las autoridades, y una versión extraoficial, es decir, la verdad, que se mantiene oculta ante el pueblo y el mundo exterior. Como en todas las dictaduras, en el estado argentino también existía la dicotomía entre vencedores y vencidos que dividía la sociedad en dos grupos. Los vencidos merecen lo que reciben, porque dejaron que el otro grupo les derrotara; en la escena de la comida familiar Roberto incluso hace referencia a esta idea cuando habla a su padre sobre las consecuencias de la Guerra Civil española. Este almuerzo es otro momento clave de la película: se desenvuelve delante de nuestros ojos una distensión entre generaciones y un discurso que, en una versión muy semejante, seguramente se ha producido en muchas familias argentinas. Por esta misma razón, La historia oficial tuvo un gran impacto sobre la sociedad argentina, evocando recuerdos personales e íntimos en el público.
La obra de Puenzo no es la única película que trata el tema del robo de niños. La coproducción argentina-alemana La amiga (dir. Jeanine Meerapfel, 1989), protagonizada por la noruega Liv Ullmann, nos ofrece una historia semejante que también transcurre en la dictadura argentina y culmina en la participación de las protagonistas en las protestas de las Madres de Plaza de Mayo. En El día que no nací (dir. Florian Cossen, 2010), otra coproducción entre Alemania y Argentina, una canción de cuna evoca recuerdos en la memoria de la alemana María (interpretada por Jessica Schwarz) y la joven se da cuenta de que su padre, un hombre de negocios alemán, la compró en Argentina durante el el régimen. El largometraje nos narra el reencuentro entre las dos familias y el ajuste de cuentas a nivel de la conciencia humana. Verdades Verdaderas. La vida de Estela (dir. Nicolás Gil Lavedra, 2011) presenta las vicisitudes de Estela de Carlotto, presidenta de la asociación ˝Abuelas de la Plaza de Mayo˝. Otros filmes, mucho más conocidos en el mercado internacional, también tratan el tema de la dictadura argentina y, necesariamente, la desaparición de los ciudadanos y niños. Uno de estos es Imaginando Argentina (dir. Christopher Hampton, 2003) con Antonio Banderas y Emma Thompson en los papeles estelares e incluso El secreto de sus ojos (dir. Juan José Campanella, 2009), la segunda película argentina galardonada con el premio Óscar, que incluye este pasado confuso en su historia.
El llamado Proceso de Reorganización Nacional, instaurado después del golpe de estado de 1976, suponía la dictadura más sangrienta de la historia de Argentina. Su objetivo era reorganizar la vida en todos los terrenos con el objetivo de establecer las condiciones para que el país pudiera evolucionar según sus méritos. El Proceso fue la concatenación de cuatro gobiernos entre 1976 y 1983, compuestos por diferentes juntas militares, cada una encabezada por un teniente general como presidente (Jorge Rafael Videla, Roberto Eduardo Viola, Leopoldo Fortunato Galtieri y Reynaldo Benito Bignone). Entre estos militares sobre todo el nombre de Videla se asocia con el régimen, ya que en los primeros cinco años él desempeñó el puesto supremo de la dictadura. La Guerra de las Malvinas conllevó un decepcionante desenlace para el régimen que amenazó con un inminente desplome estructural. Para prevenir el desmoronamiento definitivo del sistema, la última junta convocó unas elecciones que por fin trajeron la democracia al país. El gobierno de Raúl Alfonsín, constituido en 1983, pronto procedió a la investigación de los crimenes cometidos durante la dictadura. En 1984 se publicó Nunca más, el informe final de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, que concluye que aproximadamente nueve mil personas habían desaparecido en esta época (CONADEP 1984). Varios miembros de las juntas fueron juzgados y se pronunciaron algunas sentencias condenatorias. Sin embargo, entre 1986 y 1990 el gobierno de Carlos Menem dictó varios indultos y promulgó leyes que prohibieron responsabilizar a las personas que habían cometido delitos durante el Proceso. Dentro del marco de estas medidas contradictorias fueron excarcelados varios militares que habían intervenido en las desapariciones y robos de niños. Estas leyes de Punto Final y Obediencia Debida nacieron como consecuencia de la presión ejercida por el ejército nacional y círculos influyentes argentinos y extranjeros. Por consiguiente, las mujeres y abuelas, que todavía estaban buscando a sus hijos y nietos robados, perdieron el apoyo estatal y se vieron obligadas a recurrir a la ayuda de tribunales internacionales. En 2003 el Congreso derogó estas leyes (Fallo de la Corte Suprema) y en 2010 la presidenta Cristina Kirchner volvió a encarcelar a Videla por crímenes de lesa humanidad; el exdictador murió en la cárcel en 2013.
El Proceso de Reorganización Nacional, a pesar de que su nombre aludía a un desarrollo positivo, suponía un sistema represivo y autoritario caracterizado por la violación constante de los derechos humanos, el terror, las desapariciones, vejaciones, torturas, y el robo y adopción de niños. En la economía introdujeron medidas neoliberales que los tecnócratas habían estudiado en la Escuela de Chicago. Durante la presidencia de María Estela (Isabel) Perón, Jorge Rafael Videla desempeñaba el cargo de comandante en jefe del ejército. Las fuerzas armadas respondían con violencia a las protestas de la oposición que pronto provocaron caos en el orden público, político y social. Los industriales argentinos, los representantes de las empresas estadounidenses con filiales establecidas en Argentina y el ejército querían acabar con la confusión. La Iglesia católica argentina y Henry Kissinger, el secretario de Estado de los EE.UU. de entonces, aseguraron a los conspirantes que en caso de levantamiento los eclesiásticos y los Estados Unidos no tendrían objeciones. A raíz de un golpe de estado, se impusó una dictadura derechista. En la llamada “guerra sucia” contra el izquierdismo, comuniso y conspiración antisistema desaparecieron unos 30 mil argentinos. Los intelectuales, políticos de la oposición, líderes de los sindicatos y sus parientes sufrieron una brutal represión, pero tampoco se salvaron del terror los indígenas, homosexuales y no católicos. Existía una infaestructura perfectamente plasmada para organizar y llevar a cabo las interrogaciones y torturas (maltratos y violaciones). Después de conseguir la información necesaria, las autoridades generalmente ejecutaban al recluso y, acto seguido, hacían desaparecer su cadáver. Los detenidos y sus parientes no podían dirigirse a los tribunales argentinos, porque los juzgados no tenían en cuenta el principio de habeas corpus, implementándose así la jurisdicción arbitraria. Los tribunales internacionales y organizaciones de derechos humanos alzaron la voz contra las injusticias, pero fueron incapaces de defender a los argentinos oprimidos. Para el gobierno de Videla y sus sucesores estas desapariciones fueron “necesarias” para poner en práctica la política económica neoliberal, auspiciada por los Estados Unidos, y para evitar las protestas de la sociedad (Seoane-Muleiro 2001).
Sin embargo, las madres y las abuelas de los desaparecidos no se conformaron con los sucesos. La asociación de Madres de Plaza de Mayo, formada por las madres de los jóvenes secuestrados por motivos políticos, se estableció durante la dictadura con el objetivo de reclamar a sus hijos desaparecidos. Estas madres, aunque sospechaban que sus hijos habían sido asesinados, no abandonaron la esperanza de encontrarlos vivos. Un grupo separado, pero también asociado a la organización de las madres, es las Abuelas de Plaza de Mayo. Su objetivo es localizar a los niños desaparecidos durante la dictadura: son los hijos o bebés de los jóvenes encarcelados que probablemente fueron adoptados por familias derechistas o extranjeras, generalmente adineradas (debido a los buenos contactos entre Argentina y Alemania, varios bebés fueron comprados por hombres de negocio alemanes). La asociación de las abuelas ha sido nominada varias veces al Premio Nobel de la Paz. Ambos grupos siguen su misión incluso hoy, quieren desvelar la verdad detrás de las mentiras y traer a capítulo a los responsables (Borland 115-130). En el caso de los niños robados, las Abuelas de Plaza de Mayo tienen protagonismo, La historia oficial también las incluye en su trama como un hilo temático destacado. En los años 80 las abuelas pidieron la ayuda de la Iglesia católica, pero pronto se dieron cuenta de que los eclesiásticos no estaban dispuestos a cooperar en esta indagación, porque varios religiosos también estaban implicados en los actos sucios perpetrados por el régimen. Hasta hoy las abuelas han logrado identificar a 116 nietos (Peregil 7), pero se estima que todavía quedan unas 300 personas que ni siquiera sospechan que forman parte del grupo de niños robados, al margen de los nombres que ya se conocen (Rebossio 13).
Como lo demuestran perfectamente las películas dirigidas por Luis Puenzo y Florian Cossen, estas investigaciones generan gran tensión entre los miembros de una familia (o varias familias), porque el resultado de la pesquisa puede provocar enfrentamientos entre los parientes. Si una persona se identifica como niño robado (ahora ya adulto), entonces inevitablemente se le plantea una cuestión embarazosa: “¿Esto significa que mis padres adoptivos colaboraron con la dictadura sangrienta?” “¿Tal vez incluso en el asesinato de mis verdaderos padres?” Desde los años 90 las abuelas animan a las personas que dudan de su propia procedencia a que entren en contacto con su asociación para averiguar la verdad en torno a su nacimiento. En el siglo XXI el asunto de los niños robados ya forma parte imborrable de la vida cotidiana de la sociedad argentina, aparece en revistas, películas, novelas, incluso telenovelas. Hoy en día las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo se reúnen una vez al año y organizan una manifestación multitudinaria para mantener vivo el recuerdo de la gente secuestrada.
En 1973, en Chile el gobierno democrático de izquierdas de Salvador Allende fue derrocado por el general Augusto Pinochet y el ejército chileno, respaldados por los EE. UU. La dictadura de Pinochet no toleraba la presencia de la oposición y se valió de métodos violentos para librarse de sus críticos. Llueve sobre Santiago (dir. Helvio Soto, 1975), una coproducción entre Bulgaria y Francia dirigida por Helvio Soto, es una de las obras más relevantes sobre la dictadura chilena, presentando un elenco internacional (los franceses Jean-Louis Trintignant y Annie Girardot, entre otros). El golpe militar, los días subsiguientes y las consecuencias de la violencia recrudecida están en el foco de la historia: los chilenos que todavía no han dejado el país tienen que sufrir torturas brutales, secuestros y desapariciones a base de imputaciones falsas o sin justificación alguna. El director mismo calificó su película como propaganda, un acta de acusación audiovisual contra el régimen de Pinochet. Para lograr el objetivo asignado, Soto a veces tergiversa o incluso falsifica la historia nacional; así, por ejemplo, en su película el presidente Allende no comete suicidio, sino que le asesinan. La película más famosa en esta temática es, sin duda, la obra maestra de Costa-Gavras, Desaparecido (dir. Costa Gavras, 1982), galardonado con la Palma de Oro del Festival de Cannes. En los fotogramas del film un padre (encarnado por Jack Lemmon) busca a su hijo, desaparecido durante el golpe, asisitido por su nuera (Sissy Spacek). Durante la investigación, los protagonistas conocen los componentes del modus operandi burocrático y dictatorial que intenta enmascarar los crímenes y las contradicciones y hacer callar a la gente que protesta contra las injusticias. Durante la dictadura estaba prohibido proyectar el film de Costa-Gavras en Chile, a pesar de que no fuera evidente en qué país sudamericano transcurriera la acción; al mismo tiempo, si el público conocía la historia chilena, podía reconocer perfectamente las circunstancias (Lénárt 67-77).
El robo de niños por motivos ideológicos fue una práctica consuetudinaria en la España nacionalcatólica del general Francisco Franco. En este caso la Iglesia católica cobró protagonismo absoluto. Entre 1939 y 1975, en los hospitales bajo dirección eclesiástica, los médicos y enfermeras robaron a varios recién nacidos de las familias izquierdistas o poco fiables y los colocaron en un orfanato o los adoptaron familias de derechas. Según las investigaciones, entre 250 mil y 300 mil bebés y niños fueron “desplazados” para asegurar que su educación se realizara según los principios del régimen franquista. Además, los perpetradores pronto se dieron cuenta de que el tráfico de niños ofrecía también buenos ingresos. Desde los años 60 hasta los 90 (es decir, hasta bien entrada la democracia) en algunos hospitales el personal siguió con este “negocio” simplemente por ánimo de lucro. Los primeros escándalos surgieron en la prensa española hace sólo seis años; desde 2011 en varias comunidades autónomas existen asociaciones SOS Bebés Robados para ayudar a las víctimas, padres e hijos. La historia de los niños robados y adoptados es un tema recurrente en la cultura española: ha aparecido en una novela de gran éxito (Sánchez 2012), en documentales y también en películas de ficción. En 2014 se estrenó en las salas de cine españolas el largometraje Tres mentiras (dir. Ana Murugarren), basado en hechos reales, que versa sobre los efectos del robo de niños a través de la historia de una mujer que se enfrenta con la realidad: fue comprada por sus padres adoptivos después de nacer.
En el siglo XX los países europeos sirvieron varias veces como escenario para el robo de niños. En Irlanda las instituciones eclesisásticas cometieron abusos semejantes a los casos españoles, pero no por motivos políticos, sino en nombre de la moral, el catolicismo y dios. La separación de las madres y sus hijos y el ambiente represivo se evocan en varias películas, como En el nombre de Dios (dir. Peter Mullan, 2002) o Philomena (dir. Stephen Frears, 2013). Europa del Norte tampoco estaba exenta de historias parecidas. En Noruega, bajo ocupación alemana nazi, muchos bebés nacieron de las relaciones entre mujeres noruegas y soldados alemanes. La mayoría de estos bebés fueron llevados a Alemania y después del fin de la Segunda Guerra Mundial fueron criados en los orfanatos de la República Democrática Alemana. Durante la Guerra Fría algunos de estos adolescentes fueron enviados a su país natal como espías y se integraron en la sociedad noruega. La historia de los niños robados noruegos y el enfrentamiento actual de las familias con este pasado oscuro aparece como hilo conductor en el largometraje alemán Dos vidas (dirs. Maas, Georg – Kaufmann, Judith, 2012). En la Unión Soviética, Grecia, Serbia y Hungría, entre otros, también hubo crímenes en diferentes épocas históricas que implicaron el robo de bebés y niños.
Estos traumas nacionales y familiares del pasado, desde luego, han servido como tema fundamental para varias obras culturales, sobre todo en la literatura y cinematografía de los países. Sin embargo, para las famílias afectadas todo esto no forma parte del pasado, sino que pertenece al presente. En Argentina y España, los dos países donde el secuestro de niños sigue siendo un tema actual, este problema sin resolver está presente en la prensa y la vida cotidiana de los ciudadanos y también en la cultura nacional e internacional.
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